viernes, 31 de agosto de 2007

Juan Carlos Salazar


¿Qué debe pasar por la cabeza de alguien que está dispuesto a enfrentarse a un furioso animal de 500 kilos? Puede ser ambición, tal vez algo de locura, algunos dirán que coraje, pero de seguro, luego de conocer a Juan Carlos Salazar, un torero que hasta ahora comienza su carrera, lo que se concluye es que también se debe tener temeridad, disposición y, sí, hambre.
.
Hambre que impulsa, quizás por el efecto eléctrico del retorcijón, a enfundarse en un traje brillante y apretado, para luego lanzarse contra un toro en una batalla que, como la mayoría de las batallas, convoca a la muerte. Uno de los dos le pondrá escarlata a la arena, aunque las estadísticas están en contra del toro.
.
Juan Carlos es tan flaco y quebradizo, que parece una rama. Aunque es bastante joven, sólo tiene 18 años, sus gestos son los de un octogenario. Se mueve despacio, como si calculara cada paso, como si se negara a llevar la delantera, con la cortesía propia de un hombre del campo.
.
También con su timidez y amabilidad. Tiene los ojos negros y vacunos, sin rastros de violencia, aunque su oficio requiera una gran dosis de ella (insistimos: el que escribe, para ser honesto con el lector, se declara contrario a la tauromaquia).
.
Juan nació y vivió en Cúcuta hasta los 15 años y hace 3 llegó a Bogotá buscando trabajo. Estudió hasta séptimo de bachillerato y luego tuvo que ganarse la vida en lo que hacía su padre: trabajando en una ladrillera (hoy su padre padece una enfermedad respiratoria producto de años de un oficio inclemente y mal remunerado).
.
Pero Juan no quiso continuar el legado y se marchó a la capital del país. Se instaló con su hermana, que ya tenía tiempo en la ciudad y que, de inmediato, le ofreció el puesto de ayudante en su venta diaria de tamales callejeros en el centro de la ciudad.
.
El barrio del torero ofrece un panorama casi posnuclear. Queda en el sur de Bogotá, aunque el tendero de la esquina dice, con una peculiar gracia, que queda al norte de Melgar.
.
Las calles están rotas, como si hubiera caído una lluvia de meteoritos. Es un barrio lunar. Las montañas son cubiertas de casitas de ladrillos y latas expuestas. Juan vive abajo, en una casa que, seguramente, un día fue azul pero que hoy se presenta verdosa, en la que varias familias se albergan en pequeñísimas y oscuras habitaciones.
.
Hay un pasillo negro y al final una luz (y esto no tiene que ver con metáforas de esperanza). De adentro sale él y pide con una sonrisa que pasemos, que al fondo está su pieza. Huele a comida y a encierro. Más a encierro que a comida. Hay un baño y varias habitaciones, quizás una decena entre ambos pisos.
.
La de Juan Carlos es la última y está al frente de la cocina. Su espacio no supera los cuatro metros por otros cuatro. Hay un televisor que emite la telenovela, una cabuya que hace las veces de ropero, una cama, un perro de tela que le regaló su novia, una grabadora que ya no graba ni reproduce y, colgado en la pared, su traje de luces que destella entre tanta opacidad.
.
Juan lo exhibe con orgullo, es el regalo de un torero con más fortuna y experiencia.Al llegar, hace tres años, Juan no quería ser torero, aunque el asunto le interesara desde pequeño, cuando se colaba en las ferias para ver al Gitanillo.
.
Juan quería ser ingeniero, pues entre los trabajos que tuvo se contó el de obrero de construcción, pero la vida, en varias lecciones, le enseñó que para ser ingeniero debía estudiar, para estudiar debía tener dinero y el dinero... Bueno, el dinero es un bien bastante escaso.
.
Su hermana estaba casada con un banderillero y Juan pronto se interesó en el oficio de su cuñado, al que le pidió que le enseñara. Luego de trabajar desde las cinco de la tarde hasta las dos de la mañana, Juan iba a entrenar con su pariente político a las seis de la mañana.
.
Cuatro horas de sueño son suficientes si quieren lograr los sueños. Juan quiere ser un gran torero y salir de pobre y que la gente lo aclame en el ruedo y comprarle un edificio a su mamá, a su mamá santa que lo despidió en Cúcuta y le empacó tres sacos de lana manufacturados por ella misma, pues vaticinaba las penurias climáticas del páramo. Juan sólo almuerza porque no hay de dónde sacar para desayuno y comida.
.
Pero hubo mejores tiempos, como cuando consiguió un mecenas que, interesado por el talento de este joven (los que saben de toreo dicen que es un dotado), lo patrocinó y le dio vivienda y comida con el fin de que se dedicara sólo a su entrenamiento.
.
Pero eso es pasado, pues su patrocinador tuvo que salir del país y Juan tuvo que volver a tierra. El torero ha sido empacador, vigilante, obrero y, ahora, desempleado. Hoy tiene proyectado ir a una construcción cercana para ver si le dan algún trabajo, pues ya completa un par de semanas sin oficio y, cuando se depende de lo que se gana a diario, se tiene entre manos un gravísimo problema.
.
Sevillita, como también le dicen a Juan Carlos por venir del barrio Sevilla en Cúcuta, pone una película de una corrida de Pepe Cáceres, el legendario torero colombiano que murió por una cornada hace 20 años.El matador está en el ruedo, burlando los embates del toro con su capote, dispuesto a matar. En una muy pequeña fracción de tiempo, todo cambia y el hombre está en el aire encajado en un cuerno que le atraviesa la pierna.
.
Pepe Cáceres cae y el muslo está hecho una morcilla, pero se levanta y dice que esa es su cornada 19, que esto no es nada y el público, al verlo de nuevo en acción, se enardece y lo aclama. Sevillita dice que él es una de sus inspiraciones.
.
La escena bien puede resumir este mundo, en el que valentía y la sangre protagonizan el espectáculo. Juan todavía no es un auténtico matador, pues aún no ha recibido la 'alternativa'; es decir, el título que lo avala como tal. Pero Juan ya ha estado muchas veces en el ruedo y también lo han levantado los toros. Él dice que no hay nada peor que caer y que el animal le pase por encima.
.
Luego retira lo dicho y rectifica diciendo que lo que realmente le da miedo a un torero es el público, pues de él depende el trabajo y, por supuesto, la comida. Pero el público puede tener la misma piedad que la bestia y se sabe que el animal no conoce de misericordia. Cuando Sevillita sale a torear en ferias y novilladas cobra entre 300 y 400 mil pesos.
.
Un matador profesional como César Rincón o el Juli puede cobrar 250 millones de pesos. Sevillita no alcanza a tener una corrida cada tres meses. Aquí no hay puntos medios: o eres muy rico o eres muy pobre. A principios de este año, Juan se puso su traje de torero, el traje que lo convierte en su álter ego Sevillita, pero esa vez no hubo suerte y el animal lo revolcó con saña.
.
Dicen los que lo vieron que el pobre muchacho voló y que temieron que lo hubiera partido en dos. Sevillita puede tener la contextura de Kate Moss, pero tiene la fuerza de Mike Tyson. El joven torero cayó como un yunque, luego se puso de pie, pesado y con la boca rota, y continuó la faena en un punto borroso entre los límites de la rabia y el coraje.
.
El público estalló, recuerda Sevillita con satisfacción. Luego el toro se lo volvió a llevar y Juan terminó en el hospital, aunque sin lesiones de gravedad, para su suerte. El cronista Alberto Salcedo Ramos dice que el boxeo es un deporte para desesperados, yo le repito la frase a Filiberto Pinzón, el fotógrafo que me acompaña, y le añado que el toreo puede ser lo mismo.
.
Filiberto me mira y me dice que no, que jamás sería lo mismo, simplemente porque en el boxeo siempre se puede tirar la toalla. Sevillita se prepara para su próxima corrida.

No hay comentarios: