lunes, 24 de noviembre de 2008

Nuestros Queridos Indígenas



No quiero hablar mal de nuestros aborígenes. Ni bien. Solo quiero decir que los conozco y más que eso, los comprendo. Por eso me atrevo a hacer algunos comentarios.

Para empezar tengo un primo hermano Motilón. 100% Motilón. Se llama Basuira Canal. Lo conozco desde que mi tío Felipe lo trajo del catatumbo, luego de que el padre biológico de Basuira se lo entregó, en razón de que estaba enfermo. Le entregó dos hijos, el otro se llama Martín a quien mi tío se lo encomendó a la Colpet. (Colombian Petroleum Co.)

De otra parte, hace 25 años estuve sacando oro en Campo Alegre, comunidad que está ubicada en la serranía de Caranacoa, al sur del Guainía y junto al caño Cuyarí. Como quien dice, un lugar exótico en la mitad del Amazonas.

Eso queda justo en el lado colombiano de una línea recta horizontal que tenemos al sur de nuestro mapa y que se extiende unos 120 Kms aproximadamente, al oriente de Mitú y demarca la frontera con nuestro vecino Brasil.

La población de Campo Alegre estaba compuesta por 36 indios Curripacos. Además allí funcionaba un Internado donde los profesores eran unos Tunebos u otros de diferentes etnias, lo mismo que algunos de los internos. Ellos me bautizaron "Iparruda" que quiere decir "animal grande" puesto que ellos no son muy altos y yo mido 1.92 mts.

En ese lapso, tuve la oportunidad de compartir con ellos trabajando, cocinando, cazando, pescando, jugando, comiendo y caminando por el Amazonas que es hermoso. Por las tardes de 4 a 6 p.m. jugábamos bol y bol o fútbol y mas tarde departíamos en largas tertulias sobre la vida en la comunidad, sus leyes, sus costumbres y sus juegos.

Algunos de ellos estuvieron en mi casa en Bogotá. Vinieron porque querían conocer Monserrate y luego el océano Atlántico. En ambos casos les llamaba la atención lo grande y lejos del horizonte. En la selva "los árboles no dejan ver el bosque" y el horizonte es muy corto. El punto más lejano va hasta donde se pueden ver sobre el río.

Bogotá les parece absurda.

Allí estuve varios meses, hasta que la guerrilla vino por mí desde Mitú. Tuve que salir de huida en un avión Pilatos que me envió la Fuerza Aérea y dejar abandonadas todas las instalaciones y el equipo.

En Ámsterdam, donde estuve de Cónsul, tuve la oportunidad de conocer dos familias de indios caucanos. Una de ellas estuvo en mi casa durante un fin de semana. Interesante.

Lo primero que me llamó la atención cuando conocí a nuestros aborígenes fue la responsabilidad por su familia. Son excelentes esposos y mejores padres. Comparten todos los quehaceres diarios con la mujer y ayudan en la crianza. Son monógamos. Si algún padre muere y deja niños huérfanos, los padres de la comunidad los adoptan, no solo dándoles lo necesario para crecer sanos, sino dándoles amor. Como a sus hijos.

Son de risa fácil. Sencillos, colaboradores, curiosos, BUENA GENTE.

Tienen su propio sistema de trabajar. Cuando es del caso se van para sus "Chagras" (fincas) donde siembran, limpian y recogen los frutos de su trabajo. Trabajo muy duro el de las chagras. Esas largas y fatigosas faenas las hacen en compañía de su mujer y de sus hijos. Son capaces de cargar varios racimos de plátano durante horas caminando descalzos por la selva, pujando, pero sin quejarse.

Su sistema de trabajo riñe verticalmente con en nuestro. No aceptan trabajar de lunes a sábado de tal hora a tal hora de ninguna manera, porque no está en sus costumbres y por la sencilla razón de que no entienden eso de lunes o martes o domingo. Ellos trabajan para alimentarse, cultivando, cazando o pescando lo que necesitan. Ni un gramo más, puesto que no tienen nevera, ni les interesa guardar para mañana. Eso trae hormigas.

Si quieren comprarse un reloj (les gustan los relojes; ojalá brillantes y grandes) sacan el oro exacto para el canje. Ni un gramo más. Lo mismo con una grabadora de pilas. Les encantan los vallenatos y las rancheras.

Esta es una condición de todos los indígenas americanos. No trabajaban bajo el sistema de la OIT ni dándoles palo. Por eso los españoles, ingleses y portugueses luego de mucho insistir y torturar, tuvieron que traer a los africanos en calidad de esclavos para que trabajasen en sus empresas. Es lo mismo con los indios de Norteamérica, y los del resto del continente. Fijémonos en sus dirigentes políticos. Cuando ganan una curul, vienen a Bogotá y se endiosan de tal manera, que no pueden casi ni hablar. Tampoco trabajan.

De otra parte pueden trabajar muy duro y durante largas jornadas diarias, para vender la mercancía que le entregaron los de su familia.

Pueden tocar música durante 14 horas diarias en una calle del mundo, todos los días y durante periodos largos. Les dan visa fácilmente.

Los colombianos sabemos que como grupo, nuestros aborígenes tienen la mayor cantidad de tierra per cápita. Y les pueden dar el doble y tampoco la van a trabajar. Ni dándoles dinero y carreteras. No van a trabajar. Pero lo que si van a hacer felices, es una caminata hasta Bogotá o hasta Tokio. Eso si les gusta. Les encantaría hacer una caminata en Europa.

Basta observar que van todos felices y tienen una organización perfecta. No aguantan hambre, ni sueño, ni frio, ni tienen la ropa sucia. Cabe anotar que son muy limpios.

Pueden hablar sobre lo mismo durante horas frente a un micrófono. Felices. Más que el tema y el contenido, lo que les gusta es mostrar que son capaces de hablar y hablar en público.

Los dirigentes indígenas deberían denunciar a las personas que les dan licor a sus congéneres, puesto que sus organismos no pueden digerir el alcohol como lo hacemos nosotros y terminan enloqueciendo. Tampoco es de ellos tirar piedra y herir a gente inocente. En eso se nota una influencia macabra de algunas políticas completamente ajenas a sus costumbres y modo de vida. Esas políticas las están implementando algunos personajes que son capaces de cortarle las manos a un policía, que al fin y al cabo no es de allí, ni va de placer. Esas actuaciones que no son de ellos, los dejan mal parados y empañan su imagen. Los igualan por lo bajo con algunos grupos subversivos.

Son pacíficos. Increíblemente pacíficos. No se agreden entre ellos ni agreden a los demás. No tienen la cultura del puño y mucho menos la de la piedra.

Conozco historias al respecto.

Son nómadas en el fondo de su alma. Por eso les gustan las caminatas. Pueden vivir durante generaciones en un solo sitio, pero el día en que se presenta una enfermedad que ataca a más de tres de sus miembros, se mudan para otro lugar.

Conocí una comunidad de Coguis en la Sierra Nevada, quienes nos tratan de hermanitos menores. Son bastantes sabios. Estuve departiendo con ellos durante cuatro días.

Para negociar con ellos hay que comprenderlos en su manera de ser y en sus costumbres, que no son muy complicadas. De pronto es menos difícil de lo que nos imaginamos.

Yo estoy seguro de que les gustaría vivir en paz con nosotros, sus hermanitos, pero tienen que hacer ruido y mostrarse ante el mundo, para fortalecer el sistema político que tienen, donde el bastón es su símbolo. Para un dirigente político indígena salir por televisión hablando es un sueño. Y esas marchas ponen a los medios del mundo en bandeja. El tema que mas les interesa es la firma de la Declaración Universal de los Pueblos Indígenas y ahora el que está de moda: Los Derechos Humanos.

Vale la pena aprender a negociar con ellos. Son buena gente.

Rafael Canal

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